miércoles, 12 de octubre de 2016

Marruecos

Hoy después de pasarme todo la mañana haciendo un trabajo de francés, quise hablaros de mi último viaje. Hace cosa de un mes me fui cuatro días a Marruecos, siempre me han gustado los viajes a lugares remotos en poco tiempo, no sé por que, pero creo que los disfrutas más. Un ejemplo podría ser el año en el que mi madre y yo nos cogimos unas vacaciones voluntarias en Enero para visitar Venecia por el día de mi cumpleaños, y la verdad, es que salió de una manera estupenda, sin haberlo tenido que preparar con mucha antelación y sin una larga duración. Creo que en un lugar extranjero solo hay que hacer lo que te apetezca: probar comida diferente, perderte, observar a la gente etc y así se podría decir que fue lo que hicimos.


Siempre cuando defino un lugar suelo hablar de los diferentes contrastes que hay en él y la verdad es que esta vez he perdido la cuenta de cuantos he llegado a apreciar.
Mis expectativas con Marruecos eran muy altas y en varios aspectos, el país me defraudo bastante. 
En especial, Casablanca, una de las ciudades donde me hospedé los cuatro días, me sorprendió bastante. Para ser el centro económico y financiero más importante de Marruecos, parecía que el estilo occidental había marcado más para mal que para bien. A las afueras de la ciudad, al lado de la Mezquita de Hassan II (la más grande del mundo) estaban construyendo edificios de oficinas con diseños innovadores y un paseo marítimo de lujo, mientras que el interior de Casablanca era un caos gigante con los autobuses destartalados, los edificios descuidados y maltratados por el tiempo, las calles rotas y con agujeros... Más que una ciudad de éxito, el lugar parecía que hubiese vivido una guerra hace recientemente poco, una guerra contra ellos mismos. 




Viajar esta bien, muy bien si viajas incluso fuera de tu continente, pero siempre hay que hacerlo con cabeza. Si queremos aprender del viaje y de su cultura, también tenemos que abrirnos la mente. 
Esa fue la mejor lección que me pude llevar de Casablanca, no podemos quedarnos abrumados por lo que tenemos delante, es un país diferente, con gente diferente ¡ni siquiera en nuestro propio país somos todos parecidos! Por eso tenemos que dejar atrás todas las comparaciones y observar, como mejor uno aprende es observando y escuchando.




La primera tarde el sol nos guiaba, en sentido muy literal, hacía la Mezquita y hacía el mar. El paisaje era muy bonito y yo no paraba de hacer fotos, por dentro la Mezquita también era preciosa, decorada al mínimo detalle y con el encanto característico del diseño arquitectónico árabe. 




La segunda ciudad que visitamos fue Rabat, la capital de Marruecos, estaba bastante cuidada y tenía lugares muy especiales. Estuvimos comiendo al lado del río Regreb donde uno se sentía bastante a gusto, el sol y la brisa nos acompañaban de una manera muy agradable.




Cuando viajé a Perú, me enamoré de los niños y esta vez no iba a ser menos. Un niño pequeño que vendía rosas, nos regaló una sin que se lo pidiésemos, me hizo sentir muy afortunada. Él mismo me dijo que quería que le hiciese una foto, era una persona muy humilde y generosa. "Ojalá pudiese ir al colegio" pensamos todas. 





En cuanto a la comida, me defraudo muchísimo absolutamente todo, por miedo a caer enferma no pude comer nada de ensaladas ni zumos, cosa que al final dio igual porque caí enferma. Lo más rico que pude saborear fueron unos caracoles con caldo que comí en un puesto de la calle y que estaban deliciosos. 
También fuimos a una especie de medina llamada "Pueblo Andalusí" que estaba situada en la ciudad de Rabat, allí escuchamos a un hombre que cantaba y tocaba una especie de guitarra mientras teníamos vistas al río. 
Por cierto, Marruecos tiene una luz perfecta para hacer fotos, espero que lo hayáis notado.
Una viaje corto; pero muy largo.